sábado, 17 de febrero de 2007

HACEDORES DE LA LEY

“No pueden beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no pueden participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios.” I Corintios 10-21.



Mucha de nuestra incertidumbre proviene del hecho de que perdemos la confianza en los representantes del pueblo. Deducimos que el aparato del Estado aún tiene a los hombres que fueron formados por el Estado puntofijista, y por lo tanto, son personas que ocupan cargos a los que no se merecen. Están robando al pueblo y desacreditan la gestión revolucionaria. Muchos concejales, alcaldes, diputados y gobernadores que aprovecharon el portaviones de Chávez hoy en día están señalados por el pueblo como mafiosos, estafadores, delincuentes amparados por el Estado y sus instituciones. Esta impunidad de la que gozan debe terminar para que renovemos nuestro proceso revolucionario. Deberán hacerse a través de los medios que la Constitución Nacional provée. De lo contrario el abismo que se vaya creando aislará al gobierno revolucionario de su magna gestión y todo quedará en proyecto, en letra muerta y no en espíritu vivificante como debe quedar y ser. La asamblea de ciudadanos y ciudadanas, los cabildos abiertos, los consejos de planificación, los consejos de políticas públicas, los consejos comunales y los referéndums son las instancias legales que tenemos, entre otras, para atacar el virus mortal de la corrupción, es el nuevo paradigma del Estado socialista venezolano que usamos para curar este cáncer político, económico, social y espiritual. Unidad significa constancia en la fe, en los principios que edifican nuestro ser espiritual, todo lo contrario a permanecer en la degeneración, la perversión, la contaminación y el caos ético político. No se salva nadie, ni los uniformados que se creen amparados por el cuerpo institucional de las fuerzas armadas y cometen toda suerte de atropellos a la política social protagónica y participativa de la democracia directa bolivariana y socialista Ni los sacerdotes de Cristo que utilizan su nombre y su imagen para anunciar un reino que no es de la fe sino de la carne. Y sobre todo los que están o se sienten uniformados con las banderas de la revolución socialista bolivariana, estos más que nadie deberán autoexigirse más y permanentemente porque son los guías del que viene detrás, creciendo y con los ojos y oídos abiertos a cada paso que da.
Por eso la ética, la coherencia política, la constancia religiosa y espiritual, la vigilia debe ser acción revolucionaria en la labor del representante del pueblo, sea uniformado o civil, del vocero de los consejos comunales, de los que tienen cargos públicos, de los líderes comunitarios, de los cooperativistas y misioneros, líder-pueblo y ejército unificados contra la corrupción. En este sentido podemos dolorsamente aceptar que nos falte organización y estructura partidista que nos permita desarrollar una estrategia contra los conspiradores internos y externos; lo que no podemos aceptar bajo ningún pretexto es la proliferación de la corrupción en el aparato gubernamental que habla por la mayoría. De aquí nuestra preocupación por los hechos que no podemos negar frente a la realidad. Hechos de corrupción que deberán atacarse más temprano que tarde afín de dar un paso adelante sobre la IV República, sellada por la ilimitada corrupción y viciada por esta. Siguiendo el hilo de este discurso, el potencial revolucionario del MVR, por ejemplo, no puede quedar en una amalgama de usurpadores políticos, y aprovechadores oportunistas, cual un chiripero de izquierda. Exadecos y excopeyanos, que serpentean por la corriente de “gobernabilidad” y camaleónicamente tratan de pasar desapercibidos. En la medida en que podamos neutralizar el virus de la corrupción dentro del aparato del Estado, en esa medida nuestra inteligencia impondrá de forma efectiva, táctica y estratégicamente un avance histórico en relación al pasado perverso de manipulación y explotación del pueblo y de su marginalización y empobrecimiento, no sólo material sino espiritualmente. El proceso revolucionario venezolano debe, más temprano que tarde, fortificarse en la depuración de sus representantes políticos, económicos, intelectuales, religiosos, militares, culturales, obreros, estudiantiles y profesionales, técnicos y universitarios en donde la ética revolucionaria que sirve para Venezuela y Latinoamérica sea un pilar indestructible, o al menos uno de los pilares que sostendrá al edificio moral de nuestra revolución popular. Y simultáneamente edificar en su labor educativa y formativa un nuevo hombre, un hombre muerto para la corrupción, hombre que se crucificó en el madero de Nuestro Señor Jesucristo muriendo para el pecado de la corrupción y la hipocresía, un hombre que ha nacido para la vida en la resurrección del Hijo de Dios, un ciudadano con fe que esté a la altura de aceptar que el momento histórico y sagrado que vivimos merece una total atención a los mecanismos autodestructivos que permanecen a través de la mentira, la adulteración, el engaño, el individualismo y la envidia, el odio y el egoísmo, la incredulidad y el fanatismo pervertidor, todos resumidos en la falta de amor que produce el capitalismo neoliberal e imperialista y su degenerada escala de valores. Vigilar perseverantemente, las malas conductas que se vuelven viciosas por lo impunes, y que degeneran en una proyección contradictoria del proceso. En síntesis, se trata de una labor que el mismo pueblo organizado deberá emprender con los instrumentos que la Constitución y las leyes y decretos le brindan, para encarar valientemente la labor profiláctica de sanear las mismas instituciones que dan vigor al Estado de derecho venezolano y bolivariano. Una vez consolidada una estructura que se afirme a sí misma neutralizando la corrupción administrativa, y en el mejor de los casos eliminándola de raíz, el mismo proceso revolucionario aumentará su vigor y establecerá mecanismos propicios para enfrentar inteligencia estratégica los ataques que desde afuera con ecos internos proyectan los enemigos de la revolución venezolana y continental. Es una única oportunidad histórica de reivindicar los valores éticos y religiosos atropellados por casi 200 años de manipulación siniestra. Sabemos que es imposible erradicar el mal de la corrupción en una generación o dos o tres. Pero es nuestra responsabilidad vital y nuclear, sentar las bases para combatir cada día más eficazmente este flagelo indigno. Estamos siendo observados por una comunidad mundial que vive un conflicto generalizado. Un mundo globalizado que gira alrededor de valores individualistas, en donde se proyecta la idea macabra del “todo para nosotros y nada para los demás”. Y en términos geopolíticos, esto representa un orden mundial de relaciones en el que predomina la exclusión de los más necesitados, y la afirmación de elites que acumulan riquezas a costa del exterminio de mayorías pobres y execradas. Vivimos un mundo donde es “mejor” establecer relaciones de amores virtuales que consolidar el matrimonio real . Un mundo en donde lo étnico, racial, folklórico se ve perturbado y atormentado por una falsa identidad mediática, generando más confusión y caos. La revolución bolivariana viene a restaurar valores humanos que enaltecen la dignidad y el derecho a la vida de todo ciudadano libre y soberano, el respeto a la autoridad, la religión de Jesucristo que rompió con la religión de la letra e instauró la religión del Espíritu, los ideales de Bolívar orientados a la emancipación y a la libertad y el liderazgo revolucionario de Chávez destinado a consolidar la justicia en nuestros pueblos. La globalización que produce más miseria, más hambre, enfermedades y abandono, ecocidio, etnocidio y genocidio es el producto final del neoliberalismo salvaje, religión de fariseos y escribas. Nosotros queremos una nación más justa entre los justos, menos desequilibrada y más humanitaria, un nombre nacido para la esperanza, la fe y el amor y la vida. Luchar contra la corrupción dentro del sistema y dentro de nosotros mismos afirmará dignamente la revolución venezolana y bolivariana y creará modelos éticos y políticos, sociales y económicos, culturales y religiosos ejemplares para las naciones del hemisferio y el mundo, que ven en nuestro proceso una luz en el abismo. Verán que no somos oidores de la ley sino que somos hacedores de la ley.

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